Hace unos meses hablaba con una amiga y me comentaba lo de “the terrible two”; los terribles dos. No lo entendí entonces, pero ahora comprendo, en toda su magnitud, ¡cuanta verdad en sólo tres palabras!
Los niños crecen, empiezan a tener opiniones y deseos, y, si su papá se interpone entre ellos, la frustración les invade. Y como todavía no saben lo que es eso y no lo saben controlar, la rabia que experimentan les parece infinita y podrían tirarse horas llorando.
Bueno, toda esta premisa sirve para ubicarte en un contexto preciso, es que yo tenía unos planes para hoy… pero no contaba con los de mi hijo. Había dado por descontado que habría dormido la siesta como siempre hace. Pero, al parecer, hoy no estaba para nada cansado y por supuesto no quería dormir bajo ningún concepto.
Después de varios enfados, me rendí. Y en vez de dedicar ese rato (el de su siesta) para preparar mis clases, nos fuimos al salón a jugar. Así que no desaproveché toda esa vitalidad de mi hijo, y estuvimos sacando fotos. Fue entonces, cuando me di cuenta de que podía convencerle para realizar la foto de “El Cirujano”.
Para esta foto quería lograr una iluminación muy particular. Mi intención era la de usar casi todo mi arsenal iluminativo… pero… otra vez no conté con lo planes de mi hijo.
Resulta que mientras estaba preparando la escena con su mesa camilla, su muñeca-paciente, sus iluminadores y etc. Luca se fue a su habitación a coger las pinturas porque le habían entrados ganas de pintar. Y si no le llego a parar a tiempo, habría empezado con su obra de body-painting encima de su muñeca-paciente.
¿Sabes cuando te ponen el caramelo en la boca y luego te lo quitan?
Así me sentía yo, ya estaba pre-visualizando en mi cabeza la foto final! Y la quería sacar a toda costa, pero todavía me faltaba colocar dos fuentes más de luz. Así que me encontré frente a un dilema, por un lado podía seguir colocando todos mis iluminadores arriesgándome (con un margen de probabilidad del 90%) a que Luca se cansara y no quisiera colaborar absolutamente. O, por otro lado, podía dejarlo tal y como estaba y sacar la foto ya.
Opté por lo pragmático, mejor un huevo hoy que una gallina mañana. Al final el resultado no salió muy muy malo. Aunque tengo intención de repetirla.
Por el contrario, lo que no esperaba era que las ganas de pintar fueran tan intensas en Luca. Así que tras devolver la mesa camilla a su condición habitual (es el EscritorioGuiónDespachoGuiónComedorGuiónTodoLoQuePuedesHacerEnUnaMesa, de Luca), nos pusimos a pintar. Bueno, Luca a pintar y yo a fotografiar. Tuve justo el tiempo de arreglar un poco mejor las luces y apagar la contraluz, aprovechando como luz de relleno la de la ventana.
Y por supuesto sus ganas de hacer body-painting no eran un farol:
Luca estaba pletórico, se le veía totalmente cautivado por lo que estaba haciendo. Además, al estar haciendo por fin lo que él quería, obedeció a todas las instrucciones que le iba dando sobre cómo ponerse. Tengo que reconocer que me la he jugado mucho al dejarle acercarse tanto a la pared con esas manos y ese cuerpo tan pintado (por la foto no se aprecia, pero también tiene la espalda pintada). Pero, y vuelvo a repetirme, al estar satisfecho fue súper obediente y desde luego no podía perder la ocasión de sacar esas fotos.
Todo esto tiene una moral, y es que he aprendido una lección muy importante y útil. Esta bien que desarrolle mi creatividad y mis ideas, pero a partir de hoy voy a dejar más espacio también a las ideas de mi hijo, que por lo visto no están nada mal, dejándome guiar por él. Sobretodo porque así sus expresiones y reacciones son auténticas y espontáneas; imposibles de simular.