Este es un blog de fotografía. Si sueles leerme sabrás que suelo escribir artículos que sí hablan de mi, pero que tienen muchos consejos y explicaciones o trucos que he ido aprendiendo a lo largo de mis años como fotógrafo.
Sin embargo este es un pequeño relato sobre cómo ha cursado mi baja por paternidad, este primer mes siendo cuatro en familia. Porque ante todo soy un papá y luego fotógrafo. Pero no te preocupes, porque sí que pondré alguna foto molona para embellecer tu lectura… 😉
Aquí va una:
En el momento en el que escribo, si tienes un hijo y eres el padre, tienes derecho a 4 semanas de baja por paternidad. Aunque ya se comenta que el año que viene van a ser 5.
Puede parecer mucho tiempo, pero en realidad no lo es. Desde luego es indudablemente mejor que cuando teníamos dos semanas.
Leonardo nació un sábado de madrugada. Fue un parto muy intimo y bonito. Lo que se suele definir “cuatro empujones”, muy muy rápido al punto que casi sin que nos diéramos cuenta él estaba ya con nosotros. Fue muy emocionante, sobre todo considerando que nuestra única experiencia previa había sido el parto de Luca, un parto muy largo y complicado en el que, al final, me mandaron salir del paritorio.
¡En este sin embargo hasta pude cortar el cordón umbilical!
Los primeros dos días los pasé en el hospital sin separarme de él y de su madre. Lo que más recuerdo de esos largos e intensos días es como sentía crecer en mi interior ese nuevo sentimiento de amor incondicional. Un sentimiento que acababa de nacer en mí, en el mismo momento en el que nació Leonardo y le vi por primera vez. Es que pasé todo el periodo del embarazo intentando entender cómo podría caber más amor, en mi corazón, para otro niño, puesto que Luca lo ocupaba todo. Pues ya se que todos lo dicen, pero hasta que no lo vives no lo entiendes del todo: el amor se multiplica y nuestro corazón puede contener mucho más amor del que nos imaginamos.
Puesto que todo había ido bien y Leo y su madre estaban muy bien, el mismo lunes nos dieron el alta. ¡Que gran emoción poder estar los cuatro juntos en nuestra casa! Ese gran momento con el que habíamos estado soñando durante nueve meses por fin había llegado.
A partir de ahí, aunque los días parecían el doble de largos, y efectivamente lo eran, ya que no dormíamos casi nada por la noche, el tiempo empezó a pasar el doble de rápido.
Pasaban los días y casi no nos dábamos cuenta y, gracias a que llevaba meses programándolo, pude recortarme momentos en los que realizar alguna sesión fotográfica. Porque ciertas fotos es mucho mejor hacerlas durante las dos primeras semanas de vida por varias razones, que te contaré en otro artículo. Ya te dije que no habría consejos aquí. ;p
Me moría de ganas por realizar fotos newborn, una rama de la retratística de niños en el que aún no me había experimentado como es debido y por la que había estado meses estudiando y aprendiendo.
Digamos que la primera sesión fue un poco una mezcla entre tierno y torpe, probablemente la emoción de volver a tener un hijo recién nacido en mis brazos, tan pequeño e indefenso, me hizo sentir más inseguro. También durante esa sesión, al ponerlo desnudo e iluminarlo con luz neutra, me di cuenta de que estaba amarillo en todo el cuerpo, sobretodo en la parte blanca de los ojos. Algo que despertó una ligera preocupación en mi, aunque fue por la noche cuando al descargar las fotos al ordenador pude apreciar todo lo amarillo que estaba y decidimos acudir a urgencias por si acaso.
Afortunadamente, aunque los valores de bilirrubina eran un poco altos, estaban dentro de los rangos muy por debajo de los límites máximos, algo bastante frecuente en los bebés.
Hubo una semana, la segunda, en la que mis días solían ser todos muy parecidos y solían cursar de la misma manera. Esperaba a levantarme de la cama hasta que los dos niños estuvieran ambos despiertos y no me quedaba remedio, luego desayunaba rápido con Luca y le preparaba para ir a la guardería que a las 10:00 cerraba sus puertas. Volvía a casa donde me esperaba un segundo café para acabar de espabilarme. Y entonces empezaba a preparar el “estudio fotográfico casero” y a montarlo todo mientras mi mujer le daba la toma a Leo. Según terminaba de comer el niño, yo ya tenía todo listo. Habitación calentita, atrezzo fotográfico a mano, cámaras listas e iluminación colocada. Leo, extasiado por su copiosa comida, se dejaba poner en cualquier postura sin protestar, agradeciendo el aire calentito que le abrigaba la piel y el reconfortante sonido del secador de pelo que generaba la aplicación de ruido blanco para el móvil.
Una horita de foto y mimos que acababa siempre con pis o caca en mi ropa o en las mantas. Y en un pestañeo eran ya las doce y media, hora de ir a recoger Luca en la guardería. Comida y siesta de Luca en la que yo solía caer en batalla durmiéndome antes que él. Aprovechábamos los ratos en los que Luca estaba dormido para amar en silencio a nuestro segundogénito, por temor a despertar celos, así que cuando me levantaba de la siesta con Luca, antes de él, cogía Leo y estaba con él dando la oportunidad a su madre de descansar también un ratito. La tarde transcurría entre parque y paseos con los niños (nos dijeron en urgencias que la claridad y la luz del día eran buenas para ayudar al cuerpo a metabolizar la bilirrubina).
La hora de la cena era la más complicada de todas. Luca empezaba a estar cansado y poco colaborador. Y Leo empezaba con los coliquillos, el pobre se estrenó muy pronto, teniendo cólicos ya en su segundo día de vida. Y yo era el único que conseguía calmárselos, bailando con él, tripa con tripa, en el salón. Curiosamente cuando le cogía su madre para calmarle, se ponía más nervioso, empezando a buscar sin conseguir encontrar la teta, aunque acababa de comer.
Y así me quedaba, dando saltitos con Leo en brazos alternando ratos de llanto a ratos en los que caía rendido unos minutos. Y así hasta la siguiente toma, sobre las once, cuando Naia me daba el relevo y cuando empezaban a menguar sus molestias.
Ese era el momento en el que todos nos íbamos a la cama para intentar recuperar fuerzas, porque alrededor de las 2 de la noche empezaba otro espectáculo. Nuestra personal sesión fotográfica nocturna, nuestro momento padre-hijo. Pues, después de su toma y después de haber estado durmiendo todo el día, Leo no tenía ningunas ganas de dormir y lo mejor que yo podía hacer era aprovechar ese rato de tranquilidad y cooperatividad de mi hijo para hacer más fotos. De todo esto te hablé en este artículo de aquí.
Todo esto duraba un par de horas, así que a las cuatro volvía a mi cama, para intentar recuperar mis sueños donde los había dejado, aunque entre cambio de pañal, acompañar a Luca a hacer pis (ya no usa pañal para dormir) o prepararle otro biberón de leche, poco me quedaba por dormir. Y lo que me quedaba lo alargaba lo más posible mientras mis dos niños seguían dormidos. Y así empezaba otro día, parecido al anterior, con más sueño pero más rico de amor y felicidad.
Este es claramente mi relato, y aunque pueda parecer que todo lo hacía yo, en realidad lo que yo hacía era la parte molona de la paternidad y una décima parte de lo que hacía mi mujer. Sin contar el desgaste energético que supone la lactancia. Pero este es mi blog, cuando mi mujer decida publicar el suyo, podrá escribir su relato. 😜